1.11.17

Mareando como lobos hambrientos y adoctrinados

Una marea, con sus remolinos, resaca y adversidades, nos advierte de los riesgos de perder pie y ser arrastrados por la corriente, que no entiende de palabras ni de reglas. En los últimos meses, diría años, hemos vivido cabalgando entre una y otra marea, mareas antagonistas que jamás buscaron el diálogo, que nunca confiaron la una en la otra, que raramente pensaron en el futuro, porque el presente se imponía con sus razones inmediatas y egoístas, pueriles y bastardas.


Pero el futuro siempre acaba por llegar y se impone como presente, para pasar rápidamente a ser pasado.


En estos últimos años, para llegar a la situación que hoy vive Cataluña y el resto de las comunidades autónomas que conforman España, ha habido dos actores que han jugado —según el momento y sus intereses políticos— a ser la parte activa y llevar la iniciativa o a ser la parte pasiva que calla y niega la realidad de un país, España, que se reconoce en sus diferencias y precisa de un nuevo modelo territorial y de relación.


En los últimos meses hemos visto cómo el Parlamento catalán ha actuado de forma abusiva, arremetiendo contra la democracia y anteponiendo el qué al cómo, para dejar a Cataluña y a su ciudadanía fuera de la ley y en una situación de gran vulnerabilidad y de tremenda fragilidad, situación que ha acabado con la proclamación del artículo 155 por parte del Gobierno de Rajoy, artículo que recoge la Constitución española, pero que no cuenta con un desarrollo concreto, lo que entraña demasiados riesgos, ya que en estos días estamos transitando por un mar desconocido lleno de remolinos, turbulencias y contracorrientes, donde cada cual quiere imponer su bandera al precio que sea.


A lo largo de estos últimos años el Partido Popular jugó y ha jugado a no ver lo que pasaba en Cataluña, a ignorar la realidad de una minoría muy mayoritaria que exigía que las cosas se hicieran de otra manera, que pedía respeto y un interlocutor válido que quisiera escuchar y sobre todo entender y comprender.


Mientras, en Cataluña y ante el desentendimiento y desprecio del Estado español, se iba produciendo un fenómeno de identidad y de enfrentamiento que quizá arrancara en un día lectivo de 1990, cuando escolares y ciudadanos se echaron a la calle para reivindicar que las obras de Dalí no se fueran a Madrid. (Hay que recordar que tras una larga negociación entre el Gobierno del Estado y el de la Generalitat se había acordado que 56 obras se fueran a Madrid, frente a las 134 restantes que se quedaban en Cataluña, a pesar de que Dalí nombró al Estado español “heredero universal y libre de todos sus bienes, derechos y creaciones artísticas”).


Aquel día de 1990 las pancartas que portaban muchachos y muchachas repetían “Espanya ens roba”. Y así, poco a poco y año tras año, la consigna alimentó el alma de miles y miles de catalanes que cada vez se sentían más y más huérfanos de España.


Como decía: el futuro siempre acaba por llegar y se impone como presente, para pasar rápidamente a ser pasado. Hoy debiéramos estar ante un tiempo nuevo, porque algo hemos tenido que aprender de cara a nuestro futuro más inmediato que tiene en el día 21 de diciembre de este ruidoso 2017 una fecha para la esperanza.


Deseo que el 21 de diciembre vote el pueblo catalán y lo haga masiva y libremente y con garantías, y deseo que los gobernantes que salgan de esas urnas hayan aprendido la lección y no se imponga ningún adoctrinamiento, ni aquél que perseguía lo catalán por el simple hecho de ser catalán, ni aquel otro que ha llegado a prostituir la historia buscando esos argumentos que la propia historia le negaba.


Si no hemos aprendido esta lección tan básica, nada habremos aprendido, y seremos lobos hambrientos contra lobos hambrientos. Cada vez con más zarpazos, cada vez con más heridas.  

Ángela Labordeta - eldiario.es